Ruinas


Corrían los años 90´ y aún iba a la secundaria. Estábamos en la eterna clase de historia antigua, no es que el contenido no haya sido interesante, simplemente que yo sentía que esa realidad tan lejana atrasaba. Usaba el cabello suelto y no acostumbraba a taparme la boca al reír. Salía de la escuela y el clima era tan suave que pensaba que los únicos problemas que existían tenían que ver con mi nariz congestionada. Hoy pienso que no es una frase, más bien lo digo como una eterna plegaria. 


La vida por ese entonces se disputaba entre dioses y olimpos, la inmortalidad, guerras en mundos paralelos, la Capilla Sixtina, una humanidad sin humanos, sueños sin infancias, las siete plagas y las pestes, que de una forma u otra llevaron al mundo de un momento a otro a la ruina misma. 


Obsesionada por entender un poco más de ese desmadre llegué a la RAE, que en resumidas cuentas, define la palabra Ruina como a la acción de caer o destruirse algo. Me preguntaba si podía aplicarse a todos los tiempos o si podría haber excepciones. Sentí como el corazón me renació lento y ronco. 


Entonces pensé, hoy que estoy del otro lado con la ventaja de veinte siglos encima, con las cosas llamadas por su nombre, con todas las respuestas a mano, viajando para encontrarme y volver más perdida, ya robé somníferos para los días de lluvia, aprendí a querer a un solo dios; a veces me visto con la ropa que dejaste para que me pese menos llevar a cuestas el hueco que dejaste, aún así cargo con mi propia ruina. 


Mi madre a veces es de esas estructuras griegas, la veo como un pedazo que alguna vez fue un todo, pero que con el tiempo se ha derruido de manera parcial o completamente debido a la carencia de mantenimiento o a los actos deliberados de destrucción de mi padre. 


Le quise escribir a mi hijo, que aún está en camino, para hacerle saber que la vida le sería muy difícil y realmente deseaba que no sea diferente y en caso que lo sea, que se permita cambiar, porque sabía que el mundo era cruel y lo podría llevar a su propia ruina. 


Normalmente, en ocasiones con cierta nostalgia, se me da bien eso de envejecer, hay cosas que me dan una punzada amarga por las alegrías y tristezas que habían sido tantas que no pude sostenerlas en mi vida cotidiana que indefectiblemente me llevaron a la gloriosa ruina personal. En ese entonces aún creía que podía elegir mi camino y el tuyo libremente, quizás hubiese sido más acertado decir que soñaba con el momento de elegirlo.


Tengo en mi mano nuestro espejo y recordé todas las veces que nos vimos ahí. Traté de olvidarme de la ruina a la que me llevó saber que te habías casado, te odié. De esa noche sé que hice tal escándalo que no quise recordarlo por unos buenos años porque sentía que me moriría de vergüenza o de un ataque de algo. 

Con el tiempo entendí que si no te quedabas ahí no tenías ningún lugar más a donde ir. 


A veces escarbo algunas cuestiones del pasado que quedaron sin resolver, deseo que las cosas te fueran bien; quizás venga algo mejor, 

mas adelante. 


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