Nueva York



Me encontré con un indio en Nueva York, apenas lo vi tuve la impresión de que estaba más roto que yo. No sabía a donde me conducían los días solo entendía que era domingo y el siglo me dolía hasta en las costillas. En esa inmensidad de mundo yo trataba de unir los imposibles en medio de mis incoherencias y contradicciones, no soltaba el celular, como si todos esos recuerdos me estarían esperando en algún lugar.

El indio me preguntó, en su inglés dificilísimo, cuál era mi bronca; yo trataba de explicarle que era una occidental promedio, que cruzaba mal las avenidas y que estaba congelada en su karma, tenía miedo que mi dios sea finito y que toda la intemperie de esa ciudad me atravesaba el pecho.


Estaba cansada, llevaba puesta la ropa que te olvidaste y eso me estaba arruinando; percibí que al indio le gustaba la camisa, lo supe porque sí, no somos tan distintos al fin

y al cabo.


Delhi, o algo así, me miró a los ojos y me dijo que tenía que memorizar tres palabras para que me acompañaran toda la vida y así lograr la plenitud. Yo me sentía Julia Roberts en su mejor momento, ya estaba lista para gritar el gol de

media cancha que nunca hice.

Las palabras de Delhi fueron:


*
*
*

 


Me hizo una reverencia, giró (cuanto hubiese querido que ese giro sea en falso) y se fue; algo así como sucedió con nosotros.
Son las cuatro de la mañana y acá estoy, llevando a cuestas el hueco que dejaste.

 

 

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Naná

Pretérito Imperfecto

Oportuno