La Habana


 

Último día en La Habana, sube a un taxi, el taxímetro corre. Finge ser turista, finge un español neutro, finge ser una mujer casada, una adulta. Necesita salir para que le pasen cosas, sostener las mentiras que se le escapan de los dientes.


Prometió, vaya a saber a quien, no explicar nada, pero por supuesto que lo hizo después, se largó a llorar, él y ella también lloraron.


El tiempo corría, todo arreglado. Quedarse le iba a costar el resto de su vida. Agarró el espejo para reconocerse y recordarla; recordaba cómo quería que cargue con sus propias virtudes y defectos, que heredara su torpeza y su fortaleza, por lo menos física. ¿Cómo explicarle que no tiene la culpa? No hay nada que hacer cuando las estrellas fueron mal repartidas, escribió por ahí, en un boceto de esas cartas que nunca terminó.


El taxímetro iba por los 120 cuc, es mucho dinero ¿Qué importancia tiene eso ahora? Pensaba... el caso es que lo que estaba en juego era la promesa de lo que uno será y no llega a ser, el taxímetro interior sumaba y sumaba, sin embargo no le daban las cuentas de la felicidad; pésimo balance.


Llegando al aeropuerto se sumió en lo último que vio para aferrarse hasta el día que el alzhéimer toque la puerta y no se pueda defender; porqué no poder pagarse una estadía all inclusive en el Hotel Presidente, una larga caminata por el Malecón, pensar en un Che y su revolución, un estado sin los Unidos y un Ron bien cubano en la Bodeguita del medio. 


Espera haberse ganado ese derecho.

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