Butaca 19



En mis regresos a casa siempre llueve, hay turbulencias, graniza o acontece un mundo difícil de explicar; en ese universo de posibilidades un bebé recién nacido me acompaña en el asiento de la ventanilla. Esta vez yo iba en el 19 B.
Siempre pienso en ese bebé; en realidad pienso en su mamá, en su vida y en las cosas

que no sé de ella.

Pienso en mi mamá, en su silencio impenetrable, en los novios que fue y los que tuvo que ser, en como cuidó a todos para que esos pequeños mundos estuvieran a salvo.
En mis dormitadas de avión la veo sana, con el cabello reluciente y negro, con su lunar de tinte azul. Viviendo en una ciudad que sigue estando en su lugar.
Sentí el golpe de la turbulencia y me vi ahí, en el asiento 19 A.

 

¿En qué momento se torcieron las cosas?

Me quise decir que no era cierto y que no crea todas las cosas que van a decir del mundo; que estaba bien si el tiempo pasaba y se comía todo. Que en la infancia tenemos padres enteros y llenos de respuestas y que cerca de los treinta se rompen. Que rescate todos los recuerdos porque de un día para otro todo se olvida. Que las mentiras vuelven como un boomerang. Que a veces está bien escaparse para fumar un cigarrillo y llorar donde no nos vean. Que las estupideces cotidianas obnubilan las cosas importantes. Que la angustia viene cuando te sentís alguien inacabado y frágil. Que la desigualdad duele como duelen las viejas heridas y que aunque el mundo se esté cayendo a pedazos los prejuicios siempre van a estar intactos; y por fin decirme que siga durmiendo hasta que ella me despierte porque nunca se va a ir y siempre va a estar para mí.

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